noviembre 19, 2018

Solo o con hielo


Quietud latente
en un vaso transparente.
Hielos que emergen
para luego desaparecer.


En cada sorbo retengo el aliento
Respiro
Divago
y te conviertes en un pasajero
placer.


¿Quien dijo que eras mala compañía?
Hay que tener la mente fría
para disfrutar de tu embriagante lucidez.


La noche aun es tibia
y permanece en mi mente
tu sombra,(él)
utópica
insoluble
sombría.


¿Solo o con hielo?
Parece ser una pregunta
que trasciende en mi madrugada
que se resiste a adormecer.

Ingrid M. Stevens

julio 14, 2017

Neblina


Tumulto de gotas. Manto denso que nubla la mirada que pretende ir más allá de los límites que la atrapa. El rocío todo lo abarca. Esa densa neblina devora con aguda frialdad todo el paisaje invernal convirtiéndolo en su morada: los esqueletos de los árboles que duermen sin sol, las enmarañadas arterias de cemento mojado que serpentean entre las casas, edificios y acantilados,y las vidas de los humanos y semi humanos que a través de los cristales las observamos. 
Su gélida humedad empapa la nostalgia, pero no logra congelarla.
Te capturo en pixeles eternizando tu frío y opaco esplendor.





Ingrid M. Stevens

octubre 05, 2016

Canalizando


Tal vez lloro dormida
el tiempo que comenzó tu ausencia y partida.
Tal vez los ojos hinchados
son el reflejo de esas lágrimas perdidas.

Es el peso de las manecillas del reloj.

Efímeros y densos sueños
guarda mi conciencia
en aparente control.

Despierto cansada.
Ya no espero el sol.

Ingrid M. Stevens

septiembre 07, 2016

El farol



Se disipó el verano junto contigo.
El otoño encontró la puerta abierta y se unió a la melancolía y a tu vacío.
Ha sido un invierno frío, pero no tanto como otros que hemos vivido. 
No aumentó mucho el caudal del río.
Es poco lo que ha llovido. 
Ahora veo a través de mi ventana, en la penumbra de la noche, las primeras flores del ciruelo alumbradas por aquel farol.
Es inevitable recordar nuestras conversaciones sobre el inicio de esta estación.
Una más,
 y ya no estas.
Se quiebra el paisaje con sus manchas de color. 

Ingrid M. Stevens

agosto 13, 2016

Invierno

agosto 01, 2016

Sur


Foto Ingrid M. Stevens


Imagen editada por mi


Que se podría escribir sobre estas imágenes?


julio 26, 2016

A la distancia





 Las luces aun no despertaban. La noche anunciaba su llegada. Tu mirada siempre calmada, contemplaba la ciudad desde aquel espacio. Observé tu sombra a la distancia y quise capturarla. 



junio 06, 2015

Olvidados






Almohada Apocalíptica

No soy dibujante ni poeta, pero a veces uno trazos y junto letras.

mayo 09, 2015

Fue un día


Fue un día como hoy,
cuando  tu  inercia comenzó a transformarse en movimiento.
(En aquel tiempo)

Como tatuajes los recuerdos comenzarían a marcar
tu antes y tu después.

Signos en la mente y en la piel,
que los años convertirían en cicatrices sin ley.

No hay olvido,ni redención.
Sólo un infinito camino
que generalmente te abruma y asfixia sin compasión.

¿Resignación?
No,  lo tuyo no es la conformidad.
No existe para tu agonía un probable final;
porque eres  amigo del lamento y el desamor.



Ingrid M. Stevens




febrero 05, 2015

Ella



Ella es un personaje de ficción
Vive situaciones jamás imaginadas.
Despierta en lugares nunca vistos.
Camina junto a extraños, pero conocidos.
Recorre espacios fantásticos y otros menos atractivos.

Puede ser una amiga incondicional,
 o una amante extravagante.
Una religiosa o una acompañante.
Un ente espacial o poeta errante.

Duerme cuando quieres que se duerma
Despierta cuando quieres que despierte.
Controlas sus movimientos, pensamientos y acción.
Todo dependiendo de tu anacoreta inspiración. 

La  transformas.
Ella es parte de tu guion
Es tu personaje de ficción.

Ingrid M. Stevens


enero 23, 2015

Papeles Rotos




Foto: Jose Torres













Y ahí quedan dispersos,

 aquellos papeles rotos,

mudos testigos de tu creatividad.




 Ingrid.

agosto 01, 2014

Escombros


Tus recuerdos se transforman
en mis pilares de escombros,
donde tropiezo cada día
y por las noches se convierten en mi insomnio.

Sus vestigios me encierran
en un caos adictivo.
Soy prisionero de mi mismo.
Alejarme de tus huellas no consigo.

Hoy no vivo.
Estoy solo,
y no sé si alguna vez
estuve contigo.

Ingrid M. Stevens



julio 02, 2014

Sólo un Café


Café cortado.
Café claro y oscuro.
Aroma intenso que  envuelve seguro.

Café cortado,
 profundo, maduro.
Invades mi boca, 
con  tu  dulce  amargo conjuro.

Café cortado, 
en tiempo pasado, presente y futuro.

Ingrod M. Stevens

abril 16, 2014

La Noche De Los Feos



Mario Benedetti
(La muerte y otras sorpresas, 1968)


1.
Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.
Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.
Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos —de la mano o del brazo— tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.
Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.
Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.
Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.
La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.
La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.
Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.
“¿Qué está pasando?”, pregunté.
Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.
“Un lugar común”, dijo. “Tal para cual”.
Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba transpasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.
“Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?”
“Sí”, dijo, todavía mirándome.
“Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida.”
“Sí.”
Por primera vez no pudo sostener mi mirada.
“Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo.”
“¿Algo como qué?”
“Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad.”
Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.
“Prométame no tomarme como un chiflado.”
“Prometo.”
“La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?”
“No.”
“¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?”
Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.
“Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca.”
Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.
“Vamos”, dijo.

2.
No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.
Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estuimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.
En ese instante comprendí que debía arrancarme ( y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.
Tube que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos ( al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.
Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.
Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.

abril 11, 2014

Escoliosis arbórea


Guanaquero 4ta. región.